PRIMEROS PRINCIPIOS
Cuando conocí este “tipo de pensamiento” se produjo uno de esos momentos “aha” en los que descubrí que alguien ya se había encargado de poner palabras a una manera de pensar por la que mi mente siente gran afinidad de manera natural.
Y aunque la afinidad no tiene por qué manifestarse como habilidad, ponerle palabras (identificar en términos concretos el problema) SÍ ayuda a desarrollar la habilidad.
De esta manera, pensar en “pensar en primeros principios” me permitió pasar de pensar en primeros principios de una manera más o menos tácita a hacerlo de una manera más explícita.
Cuando empiezas a ver algo que siempre ha estado ahí, pero que no eras capaz de ver, puedes por fin empezar a hacer algo con ese algo. Ese algo puede entrar por fin en el olimpo de la práctica deliberada.
Se podría decir que pensar en primeros principios equivaldría a pensar de forma “pareto”: no todos nuestros pensamientos valen lo mismo. Hay pensamientos que penetran en el fondo de lo pensado (primeros principios) y hay pensamientos que se ocupan de todo lo demás, que es casi todo.
Los pensamientos que consiguen penetrar los problemas hasta el fondo nos pueden permitir abrir puertas que merece la pena abrir (o no). El resto de pensamientos abren las puertas por nosotros, pero nos llevan a lugares llenos de brillantina y dopamina en los que no sabemos por qué puerta hemos entrado. Ni siquiera sabemos que estamos dentro.
Y como siempre, seguramente no haya ninguna evidencia de todo lo que estoy diciendo.
Por tanto.
¿Miento?
El vídeo y la trampa del héroe
No puedo irme sin hablar de mi relación con los vídeos.
He de reconocer que en mis fantasías egoicas – megalómanas y desconectadas de la realidad – soy un animal de la comunicación. Me visualizo realizando vídeos llenos de frescura salpicados de humor e ingenio.
Hasta que llega el tortazo de la realidad.
Nada como poner a prueba las cosas para saber si estás siendo víctima de la trampa del héroe. Y este vídeo, para mí, viene a ser la epítome de los tortazos.
Recuerdo varias horas en las que le di a “grabar” un número absurdo de veces. El día cada vez más oscuro. La mente cada vez más cansada. El ego cada vez más tocado. El orgullo cada vez más herido. El tono cada vez más penoso. El sentido cada vez más ausente.
Cuando estoy en “uno de esos momentos”, me comporto como si me afectara un profundo retraso emocional e intelectual. Y lo peor de todo es que cuando estoy en “uno de esos momentos” soy perfectamente consciente de la situación.
Podría descansar, podría aplicar pomodoro, podría dejarlo para otro día, podría dedicar un rato a pensar lo que quiero decir, podría dedicar un rato a cambiar las diapositivas para ayudarme a recuperar el discurso, podría…
Pero yo a lo mío. En un bucle infinito de “grabar” > “parar” > “grabar” > “parar” > “grabar” > “parar” …
Y el día que grabé esto fue asqueroso.
Pero ahí está.
La vida es así.
No hay nada que nos impida seguir haciendo el tonto mientras sabemos que estamos haciendo el tonto.
Yo mismo
Y no eres capaz de hacer las cosas mejor de lo que eres capaz de hacerlas.
Por mucho que tu héroe te diga lo contrario.
Hazlas, y quizás acabes haciéndolas mejor.
No las hagas, y tendrás que creerte tus propias mentiras. Pero intenta recordar que no eres capaz de hacer las cosas mejor de lo que eres capaz de hacerlas.
Y si no las haces ni siquiera serás capaz de saber cómo de bien eres capaz de hacerlas. O si eres capaz de hacerlas.
Deja que la realidad te de bofetadas de vez en cuando.